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jueves, 7 de septiembre de 2017

EL FANTASMA DE LA CASA ZORRILLA EN VALLADOLID.



El más famoso de los lugares encantados situados en la capital vallisoletana, es el que podemos encontrar en la Casa Zorilla, en donde el genial poeta y dramaturgo pucelano pasó una buena parte de su infancia, y en la que aseguró haber visto el espíritu de su ya fallecida abuela Nicolasa. Lo realmente interesante de este misterioso enclave es que el propio Zorrilla dejó constancia de su experiencia en una obra escrita en el 1880, Recuerdos del Tiempo Viejo, en la que podemos leer esta valiosísima información:

Una tarde, mientras mi padre dormía la siesta y mi madre arreglaba los trastos en el comedor con las criadas…. creí ver a alguien en el sillón de brazos; suponiendo que sería Bibiana que dormía también su siesta a escondidas de mi madre, empujé y abrí del todo la puerta: una señora de cabello empolvado, encajes en los puños y ancha falda de seda verde, a quien yo no había visto nunca, ocupaba efectivamente el sillón, y con afable pero melancólica sonrisa me hacía señas con la mano para que me acercase a ella…

… me acerqué a ella sin miedo ni desconfianza, y puse mi mano derecha entre las dos suyas, que me alargaba sonriendo. Me dio ella primero una palmadita muy suave con su derecha en la mía, que posaba en su izquierda, y pasándomela después por mi suelta cabellera…, me dijo con una voz que no sabré explicar dónde me resonaba, si en el corazón, en el cerebro o en el oído: Yo soy tu abuelita; quiéreme mucho, hijo mío, y Dios te iluminará.

Estoy seguro de haber sentido el contacto de sus manos en las mías y en mis cabellos, y recuerdo perfectamente que sus palabras me dieron al corazón alegría
”.




La experiencia vivida por el pequeño Zorrilla fue impactante, tanto que nunca pudo olvidar este extraño acontecimiento y la imagen de una anciana que él nunca había visto con anterioridad, la cual se presentó como si fuese su abuela paterna. Pero la historia no terminó aquí, porque unos años más tarde pudo corroborar y darle sentido a esta aparición fantasmal acontecida durante su niñez. Así lo relata en el mismo libro:


"Nueve o diez años más tarde, en 1833… fui a Torquemada a reunirme con mi padre... Allí una tarde, registrando unos camaranchones de la casa vieja de nuestro apoderad…, tiré yo de una maraña de lienzos, manojos y restos informes y polvorientos de despedazados trastos, y di entre ellos con un lienzo sin marco, cuya pintura no se apercibía bajo una capa de polvo y telarañas. Mientras mi padre quitaba las de unos libros en pergamino que a las manos le habían caído, limpié yo mi lienzo con un trapo mojado, que fui a traer de la cocina; y al descubrir el retrato que en él hallé pintado, dije a mi padre: «¡El retrato de la abuela!»

Mi padre se volvió, miró el retrato y me dijo con extrañeza:

— ¿Pues de qué la conoces tú, si jamás la has visto?

— ¿No se acuerda usted—le contesté yo—de que siendo muy niño vi una señora que me dijo que era mi abuela, en el aposento cerrado de la antesala de nuestra casa de la calle de la Ceniza?

— ¿Y era esa?—exclamó con asombro mi padre.

— La misma: tengo su imagen en las pupilas—respondí yo.

— No lo entiendo—dijo mi padre, volviendo a ocuparse de sus pergaminos, no sé si con verdadera indiferencia o para ocultarme la expresión de su semblante.

Ahora pregunto: si no hubiera yo visto a la del aposento cuando niño, ¿hubiera podido reconocerla por su retrato diez años después?
”.




Aunque le cueste trabajo creer al desprevenido viajero que cada año recorre las bellas calles del casco antiguo de la ciudad de Valladolid, la presencia del espíritu de la abuela Nicolasa en la Casa Museo Zorrilla de Valladolid sigue siendo habitual y ha provocado más de un problema entre los trabajadores del lugar. No hace mucho tiempo tuve la oportunidad de viajar hasta allí y en una conversación con una de las guías del museo me vino a confirmar lo que yo antes había leído en los medios de comunicación y especialmente en la prensa escrita sobre los fenómenos acontecidos en la casa en donde nació Zorrilla.

Todo pareció comenzar en el 2007, cuando el arquitecto encargado de la remodelación del museo decidió quitar del circuito de visitas, la pequeña habitación de los huéspedes en la que Zorrilla había visto el fantasma de Nicolasa. Fue entonces cuando los trabajadores del lugar denunciaron unos sucesos que no podían explicar: las luces empezaron a encenderse y apagarse solas, los proyectores se ponían en marcha por si solos, se abrían los cajones, se rompían los espejos y desaparecían cosas para desesperación de unos trabajadores que entendieron a la perfección lo que allí estaba ocurriendo. A la abuela de Zorrilla no le había gustado la idea del dichoso arquitecto y por eso decidieron, por consenso, volver a poner su habitación en el circuito, para satisfacción de los visitantes que acuden hasta este lugar para sentir una experiencia más allá de lo normal.



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